fa uns meseos, ens vam presentar a un concurs d'escritura castellana. Haviem d'escriura un relat a partir de la imatge que ens van donar:
No podía concentrarme, había escrito la misma frase desde que había empezado a relatar el texto. Miré por la ventana. El ocaso persistía en el firmamento creando hermosos tonos violáceos que se mezclaban con el plomizo cielo y la cristalina lluvia formando una perfecta armonía. Anochecía por momentos y, aún con el folio en la mano, contemplaba cómo el majestuoso paisaje se tornaba sombrío hasta alcanzar un uniforme tono lóbrego. Dejé con premura la hoja sobre el escritorio, y me dirigí al exterior de la vivienda, donde poder sentir las sacudidas del viento sobre mi rostro sereno.
Era una noche gélida y lluviosa. Aunque era muy tarde, las farolas continuaban apagadas, por lo que la oscuridad se sentía como una amenaza por las frías y húmedas calles de Londres. Comencé a caminar más rápido, pues la lluvia había calado hasta el interior de mis ropas y me caían chorros de agua por los rubios y sedosos cabellos.
En la calle, sólo se percibía el ruido que causaban las diminutas gotas de lluvia al impactar contra el encharcado suelo, un sonido apenas audible. Y ese silencio, casi absoluto, fue lo que me permitió escuchar el repiqueteo de unos pasos a mi espalda. Por primera vez, sentí pánico, me flaqueaban las piernas y un sudor helado me recorría la sien. Aunque mi instinto era correr, mis rígidos músculos no me lo permitían, por lo que estuve paralizada, sentía que me desmallaba. Me apoyé con los puños cerrados sobre la blanca pared de un edificio recientemente construido. Cerré los ojos; estaba atormentado. Por encima de mi cabeza era capaz de visualizar el número 316. Agarré con fuerza el envoltorio de un paquete de medicinas. Sólo podía sentir el sonido que causaba mi entrecortada e irregular respiración.
Unos instantes después, apareció la figura difusa del hombre que marchaba tras de mí, encendió un cigarrillo y el mechero iluminó brevemente al individuo. Era un chico joven y alto, su vestimenta era elegante, y su semblante transmitía una hostilidad glacial. Tenía unos pómulos pronunciados, cabello cobrizo y lacio, cejas pobladas, pestañas descoloridas, ojos crispados y fríos, tan oscuros como las tinieblas; sus párpados hundidos dejaban paso a su recta nariz, y ésta a sus entreabiertos labios, tan rojos como la sangre; entre los cuales se podían vislumbrar sus refulgentes dientes. Su piel era lívida, demasiado lívida, y eso me producía un gran desasosiego.
-Hola- dijo ásperamente el desconocido.
Su voz metálica y ruda me produjo escalofríos de placer. Él se acercó más a mí, y reflejado en sus dilatadas pupilas pude ver el auténtico rostro de la maldad. Por mi semblante cruzó una amplia sonrisa. Abrió desorbitadamente los ojos y, antes de que tuviera tiempo de reaccionar, con un raudo movimiento me abalancé sobre él, dejando expuesta su garganta al gélido viento y, violentamente introduje mis punzantes incisivos en su yugular. Notaba cómo un cálido líquido brotaba por la hendidura que le había causado y recorría su níveo cuello. Al igual que todas aquellas víctimas que anteriormente había seducido para que marcharan tras de mí en la noche, ahora, él pertenecía al apaciguador mundo de las sombras. Un mundo que él no había estado buscando, pero en el que yo, sí había deseado introducirle.
. . .
Las farolas comenzaron a emitir una tenue luz, dejando el ceniciento bulevar en penumbras. Veía las hojas de los frondosos árboles esparcidas por el inerte rostro de mi víctima; estaba satisfecha. Me giré con aire victorioso y fue entonces cuando me percaté de la presencia de aquel ser. Sus ojos inyectados en sangre me fulminaban desde la distancia, notaba cómo la inseguridad se cernía sobre mi cuerpo. En su faz surgió una cruel sonrisa. Había captado mi esencia y me había seguido, no podía huir, ya era tarde, demasiado tarde, ahora, sólo podía esperar la muerte.
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